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Al llegar al salón se observa un profesor, de mediana edad y peinado con cola de caballo; está parado al borde de un tapete de lona que semeja un juego gigante de mesa, y alrededor también se ubican los estudiantes.

Eran unos 25 niños y niñas con edades entre 6 y 8 años, de primer grado. Cada uno iba tirando un dado gigante de espuma y según el número que sacaba caminaba en las casillas del tablero del juego; cada casilla contenía el dibujo de un animal y un lugar.

Luego se sentaron alrededor del tapete. El profe les repartió hojas de block, se arrodilló y de una cajita sacaba sellos con los que iba marcando las hojas: eran las mismas figuras de los animales y los lugares de la lona.

La tarea consistía en que cada alumno debía dibujar el animal y el lugar que indicaba el juego; además, debían imaginar un medio de transporte que llevara al animal a ese lugar.

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Era el momento para que cada uno se fuera a su pupitre a desarrollar la actividad; pero el bullicio apareció, todos hablaban, todos tenían algo que preguntar; ante esta situación, el profe sacó su guitarra y empezó a cantar junto con ellos la canción del silencio, compuesta por él, y que todos sus alumnos corean mientras logran quedar en silencio.

Es el maestro César Ruiz Chávez, quien tiene bajo su responsabilidad el grado primero de la sede Enrique Olaya Herrera, de la institución Bartolomé Loboguerrero, creador de la iniciativa el ‘sapo didáctico’ que nació durante la pandemia, pues el reto era que sus estudiantes pudieran continuar su proceso formativo en casa, y para eso necesitaba el apoyo de los padres de familia y de los cuidadores de los infantes.

Entonces, César quiso sacar el mayor provecho de las habilidades de las familias para que los estudiantes aprendieran; por eso, pensó en los tradicionales juegos de mesa como el dominó, los naipes, el parqués, el bingo, y recordó que a la mayoría de padres les gusta jugar sapo, porque “es algo que ellos saben y disfrutan hacer”.

Indicó que niños y niñas fueron los más felices porque sus familias estaban haciendo las tareas con ellos. Y cuando se pudo volver a la escuela, el profesor quiso seguir con la iniciativa que le estaba funcionando e implementar más la lúdica en el aula, y con ese propósito llevó un juego de sapo.

El licenciado recuerda que cuando una de sus alumnas vio el mueble de madera con cajones cuadrados y tres sapos con la boca abierta esperando las argollas de bronce dijo que era una familia: estaba el papá sapo al que bautizó ‘Saltarín’, la mamá sapo a quien llamó ‘Sara’ y al sapito pequeño lo nombró ‘Sapi’.

Hoy, con el sapo practican las clases de matemáticas y lenguaje, bajo la premisa de ‘aprender jugando’, desde lo más simple como conocer los números hasta ejercicios un poco más complejos. Siempre, mediante trabajo en equipo, trabajo colaborativo, donde los mismos estudiantes se explican y corrigen. En lenguaje, lo utiliza para trabajar el reconocimiento de vocales, consonantes y las sílabas.

Para este maestro, el ‘sapo didáctico’ no es el único recurso para sus clases. También tiene el ‘bingo silabario’, equivalente al bingo convencional, un juego similar al dominó y otros elementos, todos parecidos a los tradicionales de la cultura colombiana.

A pesar de que el licenciado César lleva más de dos décadas dedicado a la docencia, afirma que aún siente que lleva muy poco tiempo con niños tan pequeños, pues antes había trabajado como directivo docente, coordinador académico, no solo en educación formal sino con familias, en asuntos comunitarios, en asesorías a procesos de paz y derechos humanos y con jóvenes del SENA, entre otros.

Hace siete años concursó para el cargo de docente de primaria y se lo ganó. Al llegar a la institución le ofrecieron el grado primero y lo aceptó como un gran reto. Asegura que todo ha sido un proceso de aprendizaje también para él. Por eso, decidió hacer una maestría en Educación con énfasis en trabajo con niños. Hoy combina su labor con los estudiantes de la institución, el trabajo con familias y el comunitario.