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Cuando la noche apenas se asomaba en Pitalito- Huila, aquel 7 de abril de 1989, Omaira Gómez de Pineda casi murió y sus ojos se cerraron en un coma que duró 17 días.

Propietaria de una moto y una pequeña finca en la que vendía mercancía junto a su primer esposo, fue extorsionada por hombres de un grupo insurgente; los mismos que con engaños la sacaron de su vivienda para dejarla a los pies de la parca con tres disparos en su cabeza, al negarse a entregarles dinero.

Cuando regresó de aquel limbo oscuro del coma, junto a su padre y sus dos hijos dejaron tirado todo aquello por lo que habían trabajado y casi pierden la vida. Su huida en el fracaso, a los 32 años, la hizo llegar a Cali, ciudad de la que había escuchado brindaba muchas oportunidades para sobrevivir.

“A esa edad estaba muy bonita y el amor me volvió a visitar y fue así como me enamoré de José Uriel, un joven motorista que conducía un bus de la empresa Alfonso López, con quien tuve otro hijo. Pero debido a los desenfrenos de él, la relación no progresó y pronto debí trabajar por mi cuenta vendiendo mercancías. Sin embargo, los padres de este segundo esposo, quienes habían invadido un gran lote en el jarillón del río Cauca, me dieron un pedazo de ese suelo donde construí mi nuevo hogar”, relata.

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“El tiempo fue pasando y tres décadas después de haber llegado a Cali y nueve de vivir a orillas del Cauca, el Gobierno pasó censando para indicarnos que el jarillón debía reforzarse y evitar que se rompiera e inundara la ciudad. Esa mala noticia en principio para nosotros se transformó en música celestial, porque nos dijeron que nos iban a reubicar en un mejor sitio, en una vivienda digna, aunque la incredulidad también hacía su asomo”, confiesa.

Y fue así como Omaira, la víctima de la violencia, de la pobreza, del susto y del dolor, fue llevada a vivir por el Plan Jarillón a la urbanización Los Robles, en la comuna 13.  Allí vive sola en su apartamento, en un primer piso de la torre 2, que le permite tener una pequeña tienda. En este recinto comparte con la memoria de su hijo fallecido y la esporádica llegada de sus otros dos retoños, quienes la visitan con sus cuatro nietos.

“Mi apartamento es un palacio, es una bendición de Dios después de ser una desplazada, de haber sufrido y llegado en las condiciones en que arribé a esta ciudad a sobrevivir en el jarillón, en medio de venenosos caracoles africanos, ratas subidas en nuestros armarios y camas, malos olores y enfermedades. Aunque no pagábamos agua y energía allá, venirme a vivir a Los Robles, a una parte digna, me hace sentir muy feliz”, asegura.

Ahora que participa en los talleres para hacer mejores vecinos, con mucha fe en Dios y con agradecimiento al Gobierno Distrital, a través del Plan Jarillón doña Omaira Gómez de Pineda, a sus más de 60 años y después de 33 de huir a la desgracia, sonríe y reconoce que su reubicación le da un nuevo aire a su vida y le permite a la capital vallecaucana y sus gentes aminorar los riesgos de desbordamiento del río Cauca.