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“Todos los días, en las zonas más vulnerables de 21 comunas y 15 corregimientos de Cali,1700 gestoras y gestores de 500 comedores comunitarios siguen abriendo sus puertas para atender a unos 49 mil beneficiarios entre niños, jóvenes, adultos mayores, población afro, indígena, campesina, LGBTIQ+, habitantes de calle, entre otros grupos poblacionales que acuden por un plato de comida, en medio de la crisis social y humanitaria que viene afrontando la ciudad”, así lo indicó María Fernanda Penilla, secretaria de Bienestar Social de la Alcaldía de Cali.

Los comedores comunitarios, que hacen parte del programa Corazón Contento, en el marco del convenio entre la Alcaldía de Cali, a través de la Secretaría de Bienestar Social y la Pastoral Social de la Arquidiócesis de Cali, por medio de la Comisión Arquidiocesana Vida, Justicia y Paz, se ha convertido en un bálsamo en medio de las dificultades.

“Poder hacer un aporte diariamente desde nuestros comedores en este tiempo de crisis es una gran bendición. Aquí estamos dando la batalla y haciendo construcción de tejido social desde este lugar en el que Dios nos ha puesto y nos ha permitido estar”, dice Yaneth Díaz del Comedor Comunitario Santo Sabor, en el barrio San Bosco.

“Los comedores son un aliciente para muchísimas personas que aguantan hambre y necesitan de esto. Aquí estamos resistiendo, pero resistiendo para que exista una hambruna menos grande”, señala Diana Arce, del Comedor Comunitario el Maná de Sifruam, del barrio Alirio Mora Beltrán.

Continuar en medio de la crisis por la pandemia y el paro Nacional, ha sido arduo no solo para las gestoras y gestores, sino también para todos los equipos de trabajo que cooperan en el funcionamiento del proyecto.

“Ha sido difícil, pero en medio de todo, el balance es positivo. Ha habido desabastecimiento y otros inconvenientes, pero lo que se ha entregado les ha servido para seguir brindando el alimento a quienes lo necesitan”, dice Jimmy Díaz, quien dirige el equipo logístico de la Comisión Arquidiocesana Vida, Justicia y Paz, que se encarga de la distribución de insumos para la preparación de alimentos en los comedores comunitarios.

Pero en la idea de que los comedores no solo alimentan los estómagos, sino el espíritu, generando procesos transformadores de la situación social de quienes se benefician de este proyecto, la Comisión Arquidiocesana Vida, Justicia y Paz y la Alcaldía de Santiago de Cali tampoco han descuidado el acompañamiento que se hace a los comedores desde otros componentes como el Psicológico, el Social, el de Formación, el de Gestión Humana, el Alimentario y Nutricional, y el de Saneamiento y Bioseguridad.

“Estamos acompañando desde la parte espiritual, humana, psicosocial y alimentaria a nuestra ciudad en estos momentos tan difíciles. Todos sumamos a pensarnos una Cali mejor, más unida, más justa y más humana”, dice el Padre Fray Francisco Leudo, director de la Comisión Arquidiocesana Vida, Justicia y Paz.

Ha dicho el Papa Francisco que “el hambre es una de las grandes amenazas para la paz y la serena convivencia humana”, en ese sentido, los comedores también hacen su contribución a la construcción de paz en los territorios, al ser espacios de encuentro social y participación ciudadana. Así también lo cree el Arzobispo de Cali, monseñor Darío de Jesús Monsalve, quien opina que “en los comedores comunitarios se cocina la paz”.

En una ciudad donde, según los datos más recientes revelados por el DANE, para el año 2020 se registraron 934.350 personas en situación de pobreza monetaria y 342.438 en situación de pobreza monetaria extrema, la permanencia de este programa es clave.

“Este programa tiene que seguir y abarcar mucha más población para poder ayudar más a todas las personas que lo necesitan y dependen directamente de la ayuda que nosotros brindamos día a día”, afirma la gestora Jennifer Lindo.

Aunque en Cali y el país se produjo un estallido social en los últimos, también ha ocurrido un estallido de generosidad. Así lo cree el padre José Eugenio Hoyos, codirector de la Pastoral Social de la Arquidiócesis de Cali, quien está convencido de que “a Jesús le gusta que juntemos nuestras manos para orar, pero él también se emociona cuando las abrimos para dar”.