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“Volverá a mí la maldita primavera, que sueño si… pasa ligera la maldita primavera, pasa ligera, me hace daño solo a mí…”. Siempre se le escuchaba tararear las canciones de la mexicana Yuri y en su barrio Ricardo Balcázar todos le llamaban como ella. A los 8 años de edad, coincidió con un primo en una fiesta del barrio en la que fue por varios minutos protagonista. El público le aclamaba, lucía un vestido y la cara pintorreteada. Su primo, aterrado, corrió a contar lo que había visto. Su madre Janeth no entendía por qué su pequeño Jhon Favio se comportaba así. Con lágrimas y entre sollozos le confesó: “mamá, yo no soy un niño, soy una niña, a mí me gusta ser niña”.

Por varios años le ocultó a su padre Erasmo Chavarro su identidad sexual, hasta que una noche su madre se lo dijo, pues le preocupaba la seguridad de su hijo. Su papá guardó silencio, mirando a su esposa apacible y confundido. Minutos después su mamá le explicó a Yury el por qué de su proceder: “Ay mijo, yo me siento tan mal, lo único que le pido a Dios es que a usted no me le vaya a pasar nada malo”. Casi 34 años después esas palabras aún retumban en su memoria.

El 10 de mayo de 1986 su vida cambió. Sus ojos se inundan de lágrimas al recordar: “vi a mi mami recostada en el sofá, para mí estaba dormida. Pero no, mi mami no estaba respirando, mi mami había muerto”. A sus 14 años, un paro respiratorio le arrebató a su madre y con ella se fue una parte de Yury .

De esta manera empieza la historia de Yury Paulina Chavarro, mujer transgénero de Cali, quien con tenacidad, amor y servicio cumplió el sueño de convertirse en lideresa social.

La calle fue por mucho tiempo para Yury Paulina sinónimo de dolor, opresión y miedo. Poco después de ella cumplir los 15 años, su padre perdió el empleo y sintió que era su deber ayudar. A primera hora del día repartía periódicos. Una madrugada de domingo llama a una puerta y un hombre al que ya reconocía atendió: “siga mija y deje el periódico encima de la mesa”, le dijo, y ella entró sin ningún reparo. Al ir a salir, el hombre de unos 40 años, fornido e impetuoso, la tiró bruscamente sobre un mueble. Aterrada buscaba escapar, pero sus fuerzas no fueron suficientes. Sentía que su corazón iba a salirse de su pecho, la vista se le nubló mientras el hombre abusaba de ella. Desorientada, no veía, ni oía, ni sentía nada. Perdió el conocimiento. Al volver en sí, era otro quien irrumpía en su cuerpo con desenfreno. “Nunca había tenido una experiencia sexual, a duras penas sabía qué era el sexo. Nunca imaginé que mi primera vez sería tan humillante”.

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Decidió enfrentar por mucho tiempo sola el suplicio de la violación y la humillación. Con el tiempo aprendió a vivir con el dolor. No podía perder el rumbo, su familia la necesitaba.

Tiempo después conoció a Estefanía, una mujer transgénero que le ofreció un trabajo en Europa y la persuadió para viajar. Paulina tenía 16 años. Con documentación falsa, el 27 de julio de 1989 pasó todos los controles aeroportuarios en Colombia con destino a Italia. Al llegar, inmigración comprobó la falsedad de los documentos y fue trasladada a un albergue para menores en Génova. Estuvo ahí seis meses antes de ser deportada. Durante ese tiempo estudió peluquería y se convirtió en estilista profesional.

Al regresar continuó el colegio y a pesar de la discriminación se graduó. “Nadie me daba trabajo, ni siquiera en las peluquerías y desesperada, ejercí la prostitución”. Se paraba cada noche en una esquina de la ‘Calle del pecado’ en el centro de Cali, hasta que “un ángel” se le presentó, el padre Alfredo. Gracias a él logró incorporarse en la sociedad que tanto la ultrajó.

Recién cumplidos los 18 años fue nuevamente víctima de abuso sexual una noche que viajaba a Palmira a una fiesta. El campero en el que iba se varó en la recta Cali – Palmira. Así que tuvo que descender en medio de la oscura y desolada carretera y siguió su camino a pie. Se topó con un grupo de jóvenes uniformados. Su corazón se aceleró cuando sintió sus toqueteos. Minutos después estaba desnuda y abusada en la mitad de la nada y con un temor que hacía temblar hasta la más mínima fibra de su cuerpo. “Luego de la tormenta siempre llega la claridad, después de todo lo malo que viví conocí el servicio y me empoderé. Llegaron muchas bendiciones a mi vida”, comenta.

Empezó enseñando etiqueta y protocolo a un grupo de niños y jóvenes de su barrio. “Mi ideal era ofrecerles un espacio en donde pudieran aprender algo nuevo y positivo, lejos de las drogas y la delincuencia”.

Gracias a eso, la gente empezó a buscarla cuando necesitaban de una voz líder y mientras, el estigma de mujer transgénero que la había marcado por tantos años, desaparecía. “Comencé mi labor ejerciendo liderazgo como mujer transgénero, para demostrar que no somos esas personas agresivas, sexuales e ignorantes que todo mundo piensa, sino que como cualquiera podemos ocupar espacios importantes dentro de la sociedad”.

En Santa María Fundación emprendió ese camino. En 2010 fue escogida por la mesa directiva de la población LGBTI como representante legal de las mujeres trans en Cali. Ese mismo año empezó a trabajar como gestora comunitaria en el Hospital Universitario del Valle, HUV. “Decidí que quería encaminarme en la salud por mis experiencias. Siempre que iba a un centro hospitalario era discriminada por ser mujer trans y el acceso a las cosas que necesitaba como ser humano era casi nulo”. En 2016 llegó a la Fundación Casa Gami, donde reforzó sus conocimientos sobre sus derechos y empezó su labor como gestora. “Hice un curso sobre VIH en la Secretaría de Salud Pública Municipal, me certifiqué y me convertí en Gestora Comunitaria del Fondo Mundial para la Salud y ruta de prevención del VIH”.

Un año después conoció Casa Matria, donde trabajó en la defensa y difusión de los derechos y rutas de atención para mujeres víctimas de maltrato.

Nunca fue gran seguidora de la política, pero al convertirse en una líder tan querida y respetada por su comunidad escaparse de ella le fue imposible. “Un día las mujeres de mi comuna tocaron mi puerta y me dijeron que les gustaría que las representara y sin darme cuenta ya ellas me habían postulado para el cargo de edil”. Entre la duda y el miedo se embarcó en esa aventura. Su dedicación por 16 años al servicio y al liderazgo social lograron que fuese escogida en las elecciones regionales del 2019 como edilesa de la comuna 13 de Cali por el partido Colombia Renaciente, gracias a los 382 votos de su comunidad. Esto sentó un precedente: Yury Paulina se convirtió en la primera persona transgénero en ser elegida a un cargo público de elección popular en el Valle del Cauca.

Un año antes, conoció el amor de su vida, Edwin Rendón. Como sacado de un cuento de hadas, solo seis meses después de haber empezado una relación, le propuso matrimonio, tal como alguna vez ella lo soñó. En enero de 2019 contrajeron nupcias. “Casarme ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida. Edwin es un hombre bueno, sincero y de buen corazón y puedo decirlo a viva voz: encontré el amor”.

La vida se encargó de compensar a Yury Paulina por los flagelos del pasado. Según un comunicado publicado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, CIDH en el año 2018, la expectativa de vida promedio de una mujer transgénero es de 35 años, Paulina es una sobreviviente dentro de una comunidad tan masacrada. A lo largo del camino tuvo que decir adiós a muchas como ella, que no tuvieron tanta suerte. Hoy a sus 47 años no guarda resentimientos, pues su corazón no es albergue de odios ni tristezas, se convirtió en lo que siempre quiso: una mujer empoderada, esposa y líder.


Tenga en cuenta

El mismo año en que Yury Paulina Chavarro fue electa edil, Taliana Gómez, otra mujer trans, fue elegida para el mismo cargo por el Partido Verde de la localidad No.2 Rodrigo de Bastidas de Santa Marta.

“En Casa Matria hice varios diplomados, porque las mujeres también han sido históricamente oprimidas, maltratadas y humilladas por los hombres. Yo defiendo a las mujeres y si me toca dar la vida por una lo haré”, manifiesta Yury Paulina Chavarro.



Cortesía de elpais.com