Norma Cangrejo y Floresmila Obando convirtieron el dolor de una tragedia familiar en el impulso para convertirse en gestoras comunitarias respetadas en sus comunidades.
En Siloé, al occidente de Cali, Norma tuvo que enfrentar la noticia de que su prima Michell, de 10 años, había sido asesinada al ser impactada por una bala en la sien; mientras tanto, en Llano Verde, al oriente de la ciudad, Floresmila recibía la noticia de que su hermana menor, que tenía seis meses de embarazo, había muerto repentinamente.
A Norma, la muerte de su prima le cambió el “chip personal”, como ella misma lo dice. “Cuando pasó lo de Michell me sentí muy tocada. Empecé a ver que había muchas necesidades en el sector y pensé que las necesidades se podían empezar a solventar, de una u otra manera, por el lado de los alimentos”.
Con el apoyo de la Alcaldía de Santiago de Cali y la Pastoral Social de la Arquidiócesis de Cali, en el 2019 Norma abrió en el barrio Belén su primer comedor comunitario que llamó Momentos Mágicos; luego lo hizo en Siloé, después en Mariano Ramos, Simón Bolívar y, finalmente, en el corregimiento La Sirena; todos estos sitios vulnerables, donde el consumo de sustancias psicoactivas en jóvenes es uno de los factores que más afecta la convivencia en estas comunidades. Ahora atiende a más de 450 personas al día en los cinco comedores.
Mientras tanto, a Flor, como le dicen con cariño a Floresmira, se le juntaron la muerte de su hermana y la entrega de insumos para echar a andar el comedor comunitario. “En medio del proceso del entierro de mi hermana llegaron todos los implementos: el mercado, el menaje para iniciar el comedor. Yo no tenía ánimo para eso en ese momento, pero entendí que había que seguir y me abracé a ese comedor y le dediqué la vida”, afirma.
El comedor del que habla, que tiene por nombre Se Quien Soy, está ubicado en Llano Verde, ese barrio de la comuna 15 que alberga a víctimas del conflicto armado, reinsertados y reubicados del Plan Jarillón, y que tantas veces ha estado en titulares de prensa por los actos más violentos que allí han tenido lugar. En ese sitio, Flor les abre las puertas a más de 80 personas que alimenta diariamente.
Norma y Flor son dos de casi 2.000 gestoras y gestores de comedores comunitarios dispuestos en la ciudad, como parte del convenio entre la Pastoral Social de la Arquidiócesis de Cali y la Secretaría de Bienestar Social de la Alcaldía Distrital.
En la terraza de uno de los comedores de Norma hay colgados algunos costales para que quien no tenga cómo pagar el pequeño valor de un almuerzo haga su aporte con reciclaje. Para ella, esa cuota de corresponsabilidad es fundamental.
“Yo les decía a los chicos: si usted tiene para consumir debe tener para un almuerzo; entonces empecé a hacer un trueque, algunos me pagan la cuota con dinero, otros con reciclaje”.
Con este trueque, Norma busca también hacerle el quite al asistencialismo, dice que es uno de los “grandes venenos” de la sociedad, pues muchos se acostumbran solo a recibir. “Siempre estamos estirando la mano, pero ya nadie quiere ayudar al otro”.
Con esa idea coincide Flor y, por eso, afirma que en su comedor los chicos también pagan con trabajo: limpian las sillas, ayudan a asear el espacio o hacen algún mandado. Es enfática en que el alimento les debe costar, así sea un precio simbólico.
Norma y Flor coinciden en que los comedores comunitarios se convirtieron en espacios de paz y respeto.
“Aunque los conflictos en el Barrio Llano Verde son varios y la guerra entre pandillas a veces se hace más difícil, el espacio del comedor es sagrado, ahí nadie se viene a pelear”, afirma Flor, quien agrega que nunca en este espacio han tenido lugar actos de violencia o irrespeto.
Norma también dice que, aunque sus comedores están ubicados en zonas de disputas entre pandillas, conflictos territoriales y alto consumo de sustancias psicoactivas, “no he escuchado que en alguno haya agredido o matado a alguien, porque si hay algo que la gente respeta es la comida. Sin pretenderlo, los comedores se volvieron lugares de paz”.
Sin duda, en esto incide que las gestoras se van ganando un lugar de respeto y de referencia en sus comunidades, porque trabajan desde la convicción de que no solo entregan un plato de comida, sino que contribuyen a generar dinámicas de transformación en sus entornos.
Para Norma, estos comedores dignifican a los gestores/as, pero también a quienes están a su alrededor, “porque si mi vecino está bien yo puedo estar bien, porque todos necesitamos de todos; si el de al lado está mal, sus problemas, de una u otra manera, me van a afectar”.
Flor, por su parte, se siente satisfecha con la labor que desempeña desde su comedor, cree que, en medio de todas las carencias, ayudar a suplir alguna necesidad social es una gran contribución. “Es posible que, para alguna persona, este sea el único gesto amable que vea en el día, entonces qué bueno que sea desde mi casa de donde sale esa buena vibra”, concluye Flor mientras sonríe.